Pocas veces nos hemos tenido que enfrentar a una situación tan incierta como la actual ante la pandemia COVID-19. Desde luego, no entraba en los planes de nadie, y falta a la verdad todo aquel que diga que ya estaba preparado. En una situación tan complicada es necesario, más que nunca, y complicado, como siempre, trabajar para no abandonar a nadie por el camino, no dejar nadie atrás, “leave no one behind”, tal y como nos hemos comprometido como sociedad a través de los ODS y la Agenda 2030.
La crisis actual tiene muy pocas certidumbres. Muchas de ellas son terribles, por su profundidad, complejidad e impacto. Se trata de una tormenta perfecta que está arrasando la salud (y la vida) de mucha gente, especialmente los más mayores. También está generando una destrucción de empleo como nunca se había visto, y continúa arruinando muchas pequeñas y medianas empresas o de autónomos, que van a tener muy complicado recuperarse. Está tensionando las estructuras públicas fundamentales como la sanidad, la educación, los servicios sociales.
A medida que vamos dando pasos adelante una cosa queda clara, los efectos han sido, son y serán exponencialmente más devastadores entre la población más vulnerable. Esto incluye, entre otros a las personas mayores, las personas con discapacidad, los colectivos en riesgo de exclusión, los jóvenes que están accediendo a su primer empleo, aquellos hogares sin acceso a las tecnologías o las personas que basan su subsistencia en la economía informal.
Muchas instituciones a nivel global están ya comenzando a hacer análisis de los posibles impactos sociales del Coronavirus y estableciendo propuestas para la acción. Es el caso de WEF, la OIT o Naciones Unidas como ejemplo.
Nos encontramos como sociedad ante un hito histórico nunca antes vivido, y en el cual nos enfrentamos a un alto riesgo. El peligro es ahondar la brecha de la desigualdad y, así, hacerla definitivamente insalvable. Si no hacemos nada, estaremos ante un punto sin retorno y muchos millones de personas en una situación insostenible. No lo podemos permitir.
Por eso es necesario empezar, ya mismo, a construir las bases una recuperación generosa, abierta e inclusiva. No es fácil. Se trata de un reto global y de dimensiones épicas, por eso sólo saldremos victoriosos si lo enfrentamos unidos y lo hacemos a través de plataformas e iniciativas en las que involucrar a todos los agentes públicos, económicos y sociales. Si “resiliencia” es la palabra en boca de todos “colaboración”, sin duda alguna, va a ser la siguiente.
Desde Forética hemos recogido el guante, convencidos de que es mejor momento que nunca para poner en valor la integración de la sostenibilidad y los aspectos ESG (ambiental, social y de buen gobierno, por sus siglas en inglés) en la estrategia de las compañías. Las organizaciones sostenibles son las que mejor entienden el entorno, más abiertas están a sus grupos de interés y, por tanto, están mejor preparadas para afrontar una situación como la que nos encontramos.
Nuestra contribución en este ámbito es la recién lanzada iniciativa “Futuro de la sostenibilidad en las empresas: Resiliencia y ‘nueva normalidad’ Post COVID-19”. Estamos convencidos de que este proyecto es la mejor manera de ofrecer a nuestros socios y aliados las ideas, el conocimiento y las plataformas de acción para llevar a cabo esta transición y conseguir así generar un mejor futuro para todas las personas, especialmente para aquellos entornos más frágiles.
También desde el punto de vista social seguimos de cerca los avances y las implicaciones para las empresas a través del Clúster de Impacto Social, una plataforma que cuenta con la participación activa de más de 50 grandes empresas. Este espacio es el idóneo para realizar una reflexión más pausada sobre lo que está sucediendo, generar posibles alianzas y ofrecer alternativas de acción que tengan en cuenta a los más vulnerables.