Calles sin tráfico, estaciones de tren fantasmas, lugares de interés para los turistas desiertos, metros vacíos en hora punta… Nuestras ciudades han cambiado en apenas unos días de manera profunda con la crisis COVID-19. La prioridad y urgencia ahora es clara e innegable: asegurar la salud global y aprender sobre la marcha a enfrentar una amenaza de magnitudes poco conocidas por nuestra sociedad.
En este contexto de pandemia, las ciudades están jugando un papel fundamental. Por un lado, ellas son parte del problema. La acumulación de personas en las ciudades es un caldo de cultivo inigualable para un virus que se transmite por contacto entre los humanos.
Y es que los entornos urbanos actuales no sólo acogen a más del 55% de la población mundial, sino que están ampliamente interconectados con otras ciudades, países y continentes. Son los grandes centros económicos, comerciales y políticos a nivel mundial. Algo muy positivo cuando hablamos de apertura de los mercados, innovación o libertad de movimiento, pero muy perjudicial cuando es un virus el que viaja por todo el mundo.
No debemos olvidarnos tampoco de las ciudades medianas y pequeñas, centros importantes cuando hablamos del desarrollo de este tipo de pandemias. De hecho, muchos brotes virales suelen surgir o incubarse en comunidades periurbanas alrededor de las grandes ciudades.
Por otro lado, las ciudades son también una parte importante de la solución de cara a la preparación, mitigación y adaptación a coyunturas globales como ya hemos visto con el cambio climático o, en este caso, las pandemias. Y su capacidad de actuación varía, sin duda, en función del tipo de ciudad, de factores socioeconómicos y del tipo de población que vive en ellas.
En estas semanas inciertas para todos, hablar de sostenibilidad suena hasta extraño y fuera de lugar. Pero, es este aspecto en el que debemos tener en cuenta cuando hablamos de este vínculo pandemia-ciudad. Las ciudades sostenibles en sentido amplio son también más resilientes, más capaces de adaptarse a situaciones excepcionales como las que estamos viviendo.
Aquellos núcleos urbanos mejor gobernados y con sistemas de salud robustos, con una calidad, accesibilidad y dotación prevista, son también capaces de gestionar mejor una situación de crisis como la que estamos viviendo. Pero también lo son aquellos núcleos bien planificados y gestionados, colaborativos, transparentes, tecnológicos, con infraestructuras versátiles, más inclusivos o con menores desigualdades.
Estas semanas, además, es muy probable que cambien profundamente la manera que tenemos de organizar y entender nuestras ciudades (y nuestras sociedades en general). De hecho, históricamente, las grandes epidemias han actuado como catalizadores de cambio sobre la forma de entender las ciudades, como ya ocurrió en Londres en el siglo XIX con el cólera o en Nueva York con la tuberculosis a principios del siglo XX en ámbitos como los sistemas de transporte público o el saneamiento.
En Asia, muchos investigadores ya hablan de cómo el COVID-19 va a suponer, además de cambios económicos y sociales que ni siquiera se prevén, un replanteamiento del diseño y la planificación urbanas considerando aspectos como la densidad de población, la tecnología o incluso, la seguridad alimentaria.
Y esta situación nos está enseñando muchas cosas. Estamos experimentando la importancia de los datos y de los sistemas informáticos para monitorizar la salud de los ciudadanos, la relevancia de los sistemas de emergencias y de contingencia a todos los niveles para prepararnos ante este tipo de situaciones, el teletrabajo como opción real y válida para muchos sectores de actividad o el aún claro vínculo entre actividad económica y emisiones de CO2 (en China, por ejemplo, se han reducido las emisiones en torno a un 25% en las últimas semanas).
Quizá hay tres características que no debemos de perder de vista y que destacan cuando hablamos de una gestión de este tipo de crisis, especialmente al nivel de ciudad:
1. El liderazgo y la buena gobernanza, que necesita a su vez de alianzas con otras ciudades, con organismos internacionales y con el sector privado, para avanzar de manera rápida y segura para solventar una crisis sanitaria en la que cada minuto es oro. Desde Forética, estamos trabajando en la relevancia de las alianzas en el contexto urbano.
2. Indudablemente, un sistema sanitario nacional potente, bien dimensionado también para situaciones extraordinarias y coordinado, que sea capaz de responder de manera eficaz a las necesidades de los ciudadanos.
3. Una sociedad, una ciudadanía responsable, ejemplar, que ayuda a quien lo necesita, que colabora, que responde a las directrices, que se mantiene unida.
Esta epidemia dejará, seguramente, muchas cicatrices en nuestra economía, nuestra sociedad y nuestras ciudades, difícilmente disimulables en el medio plazo. Pero, ¿y si pensamos que lo que hagamos hoy cambiará las ciudades del mañana para hacerlas seguras e inclusivas, y resilientes para futuras crisis? Y si pensamos, ¿en qué tipo de ciudades queremos vivir en los próximos cincuenta años?
Ahora, en la cuarentena, puede ser un buen momento para planteárnoslo.
Este artículo fue publicado originalmente el 30 de marzo en Soziable.es. Puedes verlo aquí