Los países desarrollados, salvo contadas excepciones, están experimentando una anemia crónica. Hace dos semanas el FMI redujo sus previsiones de crecimiento mundial, tan solo días después de que el Banco Mundial revisara a la baja sus estimaciones. La previsión de crecimiento para este grupo de economías privilegiadas entre 2015 y 2019 es del 2,34% anual. Para personas ajenas al mundo de la economía y las finanzas, esto puede sonar una cifra razonable pues, al fin y al cabo, crecimiento es crecimiento. No obstante, esto significa crecer a una velocidad inferior en un 17% a la media histórica[1] para este mismo grupo de economías. ¿Tampoco esto resulta muy ilustrativo? Un ejemplo más convincente, quizá, es compararlo con la evolución de la estatura media en España. Siendo ésta 1,76 metros para un varón de 20 años, nuestra analogía nos llevaría a reducir en 31 centímetros la estatura en la próxima quinta de veinteañeros. Esto es que los jóvenes, de media, midan 1,44 metros. Como consecuencia, los responsables de la política económica en los países avanzados se afanan en buscar incesantemente nuevas vías que restauren la hormona del crecimiento para que funcione de manera naturalmente normal.
Esto no es tarea fácil ya que los economistas dentro y fuera de las autoridades monetarias están practicando alquimia para tratar de reestablecer nuestra antigua estatura. Detrás de este fenómeno hay una gran cantidad de causas estructurales, complejas y probablemente aburridas para muchos lectores. Sin embargo, me gustaría llamar la atención sobre una que, pese a que copa las portadas de nuestros periódicos de manera persistente, raramente se relaciona con el crecimiento y con fenómenos
La corrupción y la falta de transparencia son un coste significativo para una sociedad. Este coste se distribuye de manera viral a lo largo y ancho de la vida diaria, desde mal funcionamiento de democracia, a la pérdida de competitividad, pasando por la desconfianza en el sistema político, o la indignación. Una forma muy interesante de verlo es considerar la falta de transparencia como un impuesto especial -como los que gravan el alcohol, el tabaco o la gasolina-. Afectan a todos los ciudadanos independientemente de su renta y circunstancias personales. Un estudio de Milken Institute junto con PWC hizo en 2004 el interesante ejercicio de cuantificar la carga fiscal equivalente de ese impuesto y encontraba una alta correlación entre opacidad y variables macro-económicas esenciales como las primas de riesgo y el acceso al capital, entre otras. Además de dificultades financieras, la falta de trasparencia refuerza uno de los fenómenos que más atención ha generado en Davos la semana pasada, la desigualdad de la riqueza. Un sistema socio-económico opaco potencia la capacidad de influencia del poder, a costa del ciudadano medio, y esto favorece el desarrollo de un fenómeno que en la Antigua Grecia denominaron Plutocracia.
Este será uno de los aspectos que abordará el próximo Informe Forética 2015 que será presentado a finales de febrero. A modo de anticipo, el estudio vuelve a constatar un argumento que Forética lleva abanderando varios años. Las economías más transparentes y con mayor esfuerzo en la lucha contra la corrupción crecen más. Concretamente, los diez países con mejor calidad de sus instituciones –de acuerdo con el ranking del World Economic Forum- crecerán de media un 26% más que las avanzadas en los próximos cinco años. Los diez países con mayor esfuerzo en la lucha contra la corrupción, crecerán un 19% más que la media. Pasar del 1,44 a los 2 metros 10 cm no es una tarea fácil, pero mejorar la transparencia y acabar con la corrupción hará el camino más cuesta abajo.
Publicado en compromisorse.com
[1] De acuerdo con el FMI, la media de crecimiento de las economías avanzadas entre 1980 y 2007 fue del 2,9%.