La Inteligencia como concepto analógico. Tesis para un marco teórico al servicio de una buena praxis
Por José Luis Fernández
Cátedra Iberdrola de Ética Económica y Empresarial de la Universidad Pontificia de Comillas
Los reunidos en Dartmouth aquel verano de 1956 tuvieron la genial ocurrencia de poner en circulación el rubro Inteligencia Artificial, llamado a conocer gran éxito con el pasar de los años. Con todo, haber acuñado oficialmente la noción Inteligencia Artificial constituía una licencia poética, una manera de hablar: resultaba ser una forma creativa de buscar, desde la analogía, el nombre con que bautizar a una criatura, cuando aquélla, por el momento, no pasaba de ser más que un proyecto de científicos soñadores.
Propiamente hablando, inteligencia sólo la tenemos los seres humanos. Sin prurito alguno de jactancia de ningún tipo -de sobra lo sabemos, somos frágiles y nuestra inteligencia es limitada, contingente, hiperbólica y falible-, el hecho objetivo es que somos los únicos seres dotados de aquellas estructuras lógicas y noéticas; características que nos singularizan y nos diferencian del resto de los seres vivos y que constituyen unos rasgos antropológicos que nos configuran, precisamente, como sujetos capaces de intelección. Esto es: de leer dentro, que eso significa en latín la combinación del adverbio intus -dentro de- y el verbo legere – leer. O sea, que la inteligencia constituye una característica esencial del ser que es capaz de leer dentro y de extrapolar. Pero de leer ¿qué?… Y ¿desde dónde? Por hacer el cuento corto, diremos que de lo que se trata es de leer lo que de universal se evoca a partir de lo concreto.
Pongamos un ejemplo: ante mí tengo este vaso de agua fresca pero bien pudiera tener aquel otro vaso con sidra. Uno u otro me llegan a través de la vista y del tacto: los aprehendo mediante los sentidos. Ahora bien, ¿cómo es posible que, partiendo de aquella simple aprehensión, acierte uno a pasar desde los objetos concretos, al concepto universal de vaso, si no hay sentido físico alguno para captar el universal “vaso”? La respuesta parece nítida: Si, a partir de los sentidos, inteligimos, cabe hacer la suposición de que además de sensibilidad tenemos inteligencia; esto es, algo humano, exclusivamente humano; algo espiritual y, nunca más propiamente dicho, conectado con una dimensión meta-física y ultra biológica del ser vivo personal. Cómo es que esto pueda tener lugar constituye un intrincado asunto en el que no podemos entrar en este momento. Constituye un problema apasionante a cuyo planteamiento e intento de respuesta han dedicado ímprobo esfuerzo algunas de las mentes más preclaras a lo largo de la Historia de la Filosofía.
Dicho lo anterior, avancemos en nuestro discurso formulando tres tesis que nos sirvan de marco de referencia para situarnos ante estas nuevas realidades con ánimo positivo y desde una actitud bien discernida. Buscamos con ello conjurar un doble peligro que observamos en la opinión pública con más frecuencia de la deseable. De una parte, el representado por el riesgo de quedar fascinados -¡y atrapados!- de manera ingenua y apresurada por las bondades y beneficios que el desarrollo de la Inteligencia Artificial podría acabar trayendo consigo, si se orienta desde la Axiología y se la pone al servicio de todas las personas y de toda la persona.
El otro escollo, opuesto al de la tecnofilia, es el de una tecnofobia irracional, propia del discurso catastrofista y desesperanzado que, de ninguna manera, compartimos. Y ello pese a que, ciertamente, el miedo está más que justificado: brota del susto ante una polimórfica cibercriminalidad y, sobre todo, de los riesgos de que el liderazgo en el desarrollo de la Inteligencia Artificial acabe en manos de personas sin escrúpulos y a la mayor gloria de intereses espurios.
Enunciemos, pues, las tesis prometidas y dejemos que el lector extraiga las consecuencias teóricas y las aplicaciones prácticas a partir de aquéllas:
- La Inteligencia Artificial es un producto humano y, como tal, puede ser utilizado para bien lo mismo que podría serlo para hacer el mal.
- La Inteligencia Artificial en su actual estado -y, con toda probabilidad, aún más en el futuro- es, al propio tiempo, productora de humanidad, no sólo porque transforma civilizaciones y culturas, sino porque, incluso podría dar lugar a la emergencia de nuevas entidades trans o posthumanas.
- La Inteligencia Artificial es una realidad objetiva que debemos esforzarnos por comprender a fondo, desde un abordaje multidisciplinar que, yendo más allá de la narrativa tecnocrática, tome en consideración otras voces, igualmente necesarias: la de la política, la jurídica y la de la ética.
Como vemos, la conciencia y el razonamiento ético con vistas a un ejercicio prudente de la libertad constituyen elementos irrenunciables ante las posibilidades que la Inteligencia Artificial ofrece. En consecuencia, las personas, dotadas de Inteligencia Natural tienen una voz que decir y una actitud que tomar a favor de lo humano y del uso responsable de la Inteligencia Artificial.
Por lo demás, una empresa que quiera situarse a la altura de los tiempos necesariamente tendrá que desplegar lo que, por analogía, cabría denominar Inteligencia Empresarial. Una característica que consiste en aprender a leer en el interior de los signos de los tiempos -el intus/legere de la Inteligencia Humana-. En este caso, la empresa habría de ser capaz de inteligir la realidad social y cultural para adaptarse bien -estratégica, estructural y organizativamente-, no sólo a las demandas del mercado sino, sobre todo, a las aspiraciones y expectativas de la sociedad en su conjunto, cuando no de la de todo el género humano, globalmente considerado y enmarcado, además, en un entorno ecológico ya demasiado herido.
Aquí cobra toda su la voluntad de aprovechar la Inteligencia Artificial a favor de obra y conseguir que la producción de humanidad que aquélla puede llevar a efecto, acabe redundando en la resolución de algunos de los problemas más intrincados que tenemos en la agenda del momento que nos toca vivir: el reto medioambiental, de una parte; y el de la consecución de una paz estable garantizada desde la justicia y el respeto a la dignidad de las personas. La condición de posibilidad es doble: Inteligencia Humana y despliegue de Inteligencia Empresarial.
José Luis Fernández, Cátedra Iberdrola de Ética Económica y Empresarial de la Universidad Pontificia de Comillas
José Luis Fernández Fernández es Doctor en Filosofía, Máster en Administración y Dirección de Empresas, Profesor Ordinario de la Universidad Pontificia Comillas y Professore Invitato en la Pontificia Università Gregoriana, dirige la Cátedra Iberdrola de Ética Económica y Empresarial. Fue presidente de EBEN España y Vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas. Es Fellow de la Caux Round Table y presidente del Subcomité de Ética y Responsabilidad Social -CTN 165 SC2- de la Asociación Española de normalización (UNE). Bajo su dirección, hasta julio de 2022 se han defendido 19 tesis doctorales con éxito en distintas universidades españolas y extranjeras.